Sobre él

Siendo pequeño Arturo, ya me encontraba cerca de él…

Gracias a mí podía ir a lugares cercanos. Arturo era demasiado joven como para pilotar un coche y demasiado mayor como para pedir favores cuando le diese la gana, así que el medio de transporte que le permitiría ir al río Zadorra, a la montaña o simplemente a las afueras de la ciudad, iba a ser yo.

Por aquél entonces, yo era más una necesidad para él que otra cosa.

Nació en Vitoria-Gasteiz allá por el 76, el mayor de dos hermanos,  residió durante un tiempo y hasta hace cuatro años en el pueblo de Arriaga. Recuerdo cuando su padre lo colocaba delante del televisor, en blanco y negro, y sentados en un humilde sillón monoplaza, sobre las nueve de la noche y veían el programa, el Hombre y la Tierra, de Félix Rodríguez de La Fuente. Ha llovido mucho desde entonces…

Su primera escapada en mi compañía fue a Mártioda, un centro hospital de fauna donde se intenta recuperar algunas especies. Ese lugar y sus nuevas amistades, modelarían sus inquietudes, descubriría parajes hasta entonces desconocidos y aumentarían sus salidas campestres de manera proporcional a las discusiones en su casa.

A los 20 años, se sacó el carné de conducir. -¡Sácalo y algo tienes!-, le dijo el padre mientras yo me quedaba apoyada en la pared del trastero. Les hizo pocas veces caso a sus padres. Esta fue una de ellas. Seguiría recurriendo a mí, incluso para ir al trabajo, a comprar, a la universidad… Y os diré un secreto, incluso para salir de fiesta y volver un poco perjudicado.

A él le he oído hablarme en varias ocasiones. Que si se siente libre conmigo y cosas por el estilo… bla, bla, bla… Ya sabéis, ¡un capullín!, que cuando me cabreo y pincho o se me rompe un radio me puede montar una bronca del copón. También tengo que decir a favor suyo que últimamente se controla más. Él que es un poco «filósofo venido a menos», tiene una frase que suelta gratuitamente, -¡mira el horizonte!- Así, sin más. Le da igual estemos donde estemos.

Terminó sus estudios de turismo, total, para acabar en una fábrica de pilas, Cegasa. La empresa generó pérdidas, y mientras, los de siempre, los del sillón fijo y sueldos más que cuestionables se quedaban, él y otros tantos como él estaban abocados al destierro. Pero entre su entrada y su salida, tuvo tiempo de disfrutar de un año de excedencia y se fue a China.

Fue allá por el 2008. Un día me soltó, así como quién no quiere la cosa, -¿nos vamos a China?- Me pilló un poco.., algo desprevenida, ya que venía de pasar un invierno de bajón. Y le respondí, -muy bien, pero.., ¿a China?- Él me miró y me dijo, -sí, una aventura sin prisas-. Y nos fuimos a China en una aventura que a la postre cambiaría muchas cosas: «Ni el trabajo, ni la pareja, -me dijo en cierta ocasión- están obligados a reconocerte hasta la muerte. Ni tú a ellos». Su pasión se convertía en una forma de entender la vida, un soñador intentando cumplir sus sueños.

Desde entonces, creo que hacemos una buena pareja.

Sé que se siente libre conmigo.

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