Abrucena-visita relampago

«Yo no viajo para ir a alguna parte, sino por ir. Por el hecho de viajar. La cuestión es moverse».

Robert Louis Stevenson (1850-1894) Escritor británico.


Dicen de este pueblo blanco situado a los pies de la vertiente norte de Sierra Nevada que el mejor monumento es el corazón de sus gentes. Yo no puedo asegurarlo del todo porque lo acabo de conocer. Pero algo intuyo de que es cierto.

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Hacer el tonto en un columpio me sirve para darme cuenta de que los asientos son muy estrechos.

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Desde Abrucena nos acercamos al área recreativa de  «La Roza».

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En esta localidad existe una tradicion musical arraigada basada en canciones y bailes populares. Yo no las oí en la «visita relampago» pero investigando me quedo con una estrofa de un fandango:

«Dicen que Almería es fea
porque no tiene balcones,
pero tiene unas chiquillas
que roban los corazones..»

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A los habitantes de Abrucena se les conoce como Abujaraques pero sobre todo como «Tiznaos» en referencia a la tradición carbonera del lugar.  En la actualidad sus «fuertes» son la agricultura (almendros y olivos) y el turismo rural. Segun el censo municipal del 2010 son 1367 sus habitantes.

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Pasar unas horas en Abrucena me ha llevado a recuerdos de otra epoca. Uní Almeria con Burgos, o lo que es similar, Abrucena con Puras de Villafranca, el pueblo de mi padre en Castilla y León y donde he pasado casi todos los puentes y veranos. Rememoraba los recuerdos, libros apiñados en una estantería llena de polvo y me invadió la nostalgia. Las calles de Puras y el pueblo en si poco tienen que ver con Abrucena. Hablo del recuerdo de lo que uno solía hacer cuando tenía 12, 14 o 20 años. Cuando por las mañanas nos acercabamos a jugar a las chapas (un circuito con una zanja donde  un ratón muerto era la atención y el peligro de que la chapa se nos quedase junto al roedor) o a «las barracas» (donde la moneda eran simples piedras) y por las tardes al monte, a jugar a los barquitos o con las bicis hasta Belorado o San Miguel. Lo de los barquitos fue curioso porque al principio eran simples carreras con palitos que hacíamos navegar por las acequias y según cumplíamos años convertimos esas carreras en apuestas donde nos jugábamos los primeros kalimotxos, cervezas o cigarros.

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Este señor nos explica que hace cestos como pasatiempo y que todos van a parar a la familia. Me pregunta si soy extranjero… pareces marroquí. Me ha dejado a cuadros y me pregunto si lo dice en serio. Le miro y veo que si. Le respondo que soy español, de Vitoria y sigue su discurso… –los vascos si que tienen cojones–.  Pero lo dice con conocimiento y base. Lo digo porque habla de la cultura y el vasco. Intenta dar sentido a su discurso corto pero con criterio. Su mente parece clara. No se mete en temas políticos, simplemente cita datos y hechos que nos gusten o no son ciertos como la procedencia no muy clara del Euskera y de las empresas vascas que necesitaron de mano de obra de otras comunidades. Llega Cris a los pocos minutos y la conversación gira en torno a ella. Me mira sin perder rastro a sus manos que siguen trabajando sin parar el cesto de mimbre y me dice que donde nos hemos cruzado. Sus preguntas son rápidas y directas.


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